Organismo autorregulador
En los años ’70 el científico James Lovelock trabajaba para la NASA estudiando la posibilidad de vida en Marte. Lovelock sabía que la vida que habita en la Tierra altera radicalmente su atmósfera. El oxígeno y demás gases que liberan las distintas formas de vida, reaccionan entre ellas resultando en una atmósfera en desequilibrio químico, es decir: una fiesta de actividad química.
Bajo esta premisa, Lovelock analizó la atmósfera de Marte y constató que en ésta no había ninguna fiesta: estaba mayormente compuesta de dióxido de carbono, había escasas reacciones químicas y se encontraba en el llamado equilibrio químico. Esta diferencia llevó a James a concluir que no había vida en Marte.
Durante sus estudios, Lovelock percibió que a pesar de los intensos cambios que había sufrido la Tierra, la proporción de oxígeno en la atmósfera terrestre se había mantenido estable a niveles habitables durante 300 millones de años. En ese momento James hizo una conexión: el cuerpo humano autorregula substancias como la glucosa o las hormonas para adaptarse al entorno y mantenerse vivo. ¿Sería posible que de la misma forma la Tierra autorregulase su nivel de oxígeno manteniéndolo a niveles favorables para la vida?
Sistemas autorreguladores
A día de hoy, el Sol brilla un 25% más de lo que lo hacía 3,5 billones de años atrás. Sin embargo, durante este tiempo, la temperatura de la Tierra se ha mantenido a niveles adecuados para la vida. Esta capacidad de auto-regulación de la temperatura también existe en nuestro organismo que mantiene la temperatura corporal dentro de unos límites adaptándose a los cambios ambientales.
En el hielo de la Antártida existen burbujas de aire capturadas 700.000 años atrás. Estas burbujas muestran que el nivel de dióxido de carbono ha variado mucho desde entonces pero siempre se ha mantenido en el rango que posibilita la vida: entre 180 y 300 partes por millón. Además, la curva de variación del nivel de carbono es pareja a la de la temperatura: como si cambiaran en una pulsación conjunta.
La auto-regulación de la temperatura y de los niveles de dióxido de carbono parecen indicar que la Tierra es un organismo vivo como tal.
Un organismo vivo
Lovelock considera la capacidad autorreguladora de la Tierra como rasgo propio de un organismo vivo. James nos propone una analogía entre la anatomía del cuerpo humano y la de la Tierra.
Piel
La piel del ser humano conserva el cuerpo caliente y protege nuestras células de la radiación solar. En la Tierra, la atmósfera es la piel que mantiene la temperatura habitable y protege la vida en ella de la exposición a la radiación solar.
Sangre
El sistema circulatorio transporta la sangre con nutrientes irrigando de vida los órganos y tejidos. De forma similar, las aguas de la Tierra transfieren nutrientes esenciales a los tejidos de la Naturaleza y retiran los residuos del metabolismo.
Arterias
Las arterias mantienen los órganos vivos suministrándoles sangre con oxígeno. La Tierra tiene sus propias arterias en forma de “ríos voladores” que irrigan los tejidos de la Naturaleza manteniéndolos vivos. Estos ríos se forman en el aire que hay encima de los océanos. El agua evaporada que sube de los océanos forma el naciente de un "río volador". Este "río volador" hace su curso en el aire hacia los bosques uniendo a su cauce el agua proveniente de la evaporación de los bosques. Finalmente, el río desemboca en forma de lluvia en la Naturaleza irrigándola de agua y vida.
2. Sistema circulatorio de Gaia
Venas
Las venas recogen la sangre que ha irrigado los tejidos del cuerpo de oxígeno y la transportan de vuelta al corazón para ser oxigenada de nuevo en el pulmón. De la misma forma, la Tierra tiene sus propias venas en forma de ríos terrestres: éstos se encargan de drenar el agua no absorbida por los tejidos de la Naturaleza y devolverla al océano donde nuevamente será bombeada y evaporada.
Huesos
Los huesos son el soporte fuerte y sólido de nuestro cuerpo y la reserva de nutrientes minerales. Lo mismo son las rocas para la Tierra.
Órganos
Nuestros órganos desarrollan funciones vitales tales como auto-regulación o metabolismo. Los órganos de la Tierra son sus ecosistemas. Por ejemplo, los pulmones equivaldrían al ecosistema de los bosques nativos: sus árboles realizan el intercambio de gases en el aire absorbiendo dióxido de carbono y expulsando oxígeno.
Células de Gaia
Igual que nuestro cuerpo está formado por células, los humanos podríamos ser las células que forman la Tierra, es decir, Gaia. Como nuestras células habitan nuestro organismo, los humanos podríamos estar habitando un organismo vivo.
Es posible que nuestro lenguaje científico acabe desembocando en la comprensión de la Tierra de las comunidades indígenas, solo que tiempo después. Es posible que esta nueva comprensión sea la clave para el desafío medioambiental que vivimos, la cura del organismo que habitamos.
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